Vadeaba un perro un río llevando en su hocico un sabroso
pedazo de carne.
Vio su propio reflejo en el agua del río y creyó que aquel
reflejo era en realidad otro perro que llevaba un trozo de carne mayor que el
suyo.
Y deseando adueñarse del pedazo ajeno, soltó el suyo para
arrebatar el trozo a su supuesto compadre.
Pero el resultado fue que se quedó sin el propio y sin el
ajeno: éste porque no existía, sólo era un reflejo, y el otro, el verdadero,
porque se lo llevó la corriente.
Moraleja: Nunca codicies el bien ajeno, pues puedes perder
lo que ya has adquirido con tu esfuerzo.
Si bien no es nuestra intención el que nos veamos reflejados
o identificados de manera alguna con el perro de la fábula de hoy, no cabe duda
de que muchas veces añoramos el “pasto” al otro lado de la cerca y nos hemos
visto tentados a abandonar nuestra herencia por probar la de otro.
El problema de muchos que lo han hecho ha sido el descubrir
que, al igual que el animalito de la fábula, aquello era mera percepción
ilusoria.
No se trata de conformarnos con menos de lo que Dios no ha
llamado a “poseer”, sino de aprender a contentarnos con lo ya alcanzado
mientras avanzamos. ¿Nos atreveremos a desarrollar esa actitud? Adelante y que
el Señor les bendiga.
Cuando escucharon lo que los rubenitas, los gaditas y la
media tribu de Manasés tenían que decir, Finés el sacerdote y los jefes de
clanes y de la comunidad quedaron satisfechos. Josué 22:30.
Van de un lado a otro buscando comida,y aúllan si no quedan
satisfechos. Salmo 59:15.
Anonimo
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